Los
actos lingüísticos son eventos en los que alguien produce o recibe un
significado que influirá en la modificación de su bagaje cognoscitivo
(Halliday, 1982, a.). Sin embargo, el estudio del texto literario implicaría un
tratamiento especial que parte de su especificidad como categoría discursiva
particular, y con propósitos muy definidos. Para que un mensaje verbal
(dirigido a un receptor particular e inmerso en un contexto situacional
específico) cumpla con una función determinada, es necesario que la forma del
enunciado incorpore a todos estos elementos en su estructura; es decir, que
vaya más allá de la estructura del texto y del código lingüístico que ha
manejado. Un mensaje lingüístico no es solo un elemento verbal; puesto que su
significado depende también del contexto o el entorno en el que es producido o
recibido; así como de los conocimientos e intenciones del hablante-escritor que
lo emite, y del oyente-lector que intenta decodificarlo.
Partimos
entonces hacia el sentido de lo que aquí nos convoca: la concepción de un “yo”
individualista y privado se mantuvo hasta el momento en que algunos autores,
entre ellos Bajtín (2003), la rechazan, para dar paso a un “yo” esencialmente
social. Cada individuo se constituye como un colectivo de numerosos “yoes” que
ha asimilado a lo largo de su vida; algunos de los cuales provienen del pasado.
Estos “yoes” se encuentran en los lenguajes, son las “voces” habladas por otros
y que pertenecen a fuentes distintas: ciencia, arte, religión, clases sociales,
etc. Estas voces no son solo palabras, sino un conjunto interrelacionado de
creencias y normas denominado “ideología”.
Lo
anteriormente expuesto, fue el fundamento de lo que Bajtín (1998) denominó dialogismo. El dialogismo, según Bajtín,
son las palabras de alguien que
resuenan en la voz de otro (p.238-64). Este fenómeno dio paso a la polifonía y
llamó la atención de las distintas instancias enunciativas establecidas en un
texto; y
que otros autores también trabajaron a partir de sus postulados. Entre estos
autores se tiene a Ducrot (1998) con la teoría
polifónica de la enunciación, esta se apoya en la teoría bajtiniana sobre
enunciado y polifonía para sostener su planteamiento en torno a una dimensión
dialógica del lenguaje, la cual considera la base epistemológica para una
teoría del discurso.
La
polifonía permite entender que ninguna voz puede deshacerse de las voces que la
constituyen: las voces de los otros, las voces de la alteridad. Esas otras
voces son la esencia de cada voz, de cada palabra. Según lo planteado por
Bajtín (2003), la otredad está en el mismo nivel del sujeto, en el mismo nivel
de su yo. La intervención de varias voces en un mismo enunciado, llamada
también multivocidad, fue un tema muy discutido por distintas corrientes
lingüísticas, dada la contrariedad que provocó en muchos lingüistas de la
época. El estructuralismo y el generativismo estudiaron durante mucho tiempo,
los mecanismos empleados por la mente humana para crear lenguaje y ambos
enfoques, terminaron planteando la idea de un único hablante como emisor de los
enunciados. Es así, como en la teoría gramatical no se presta atención a los
protagonistas de la enunciación, pues, el objeto de análisis es la oración, sin
tomar en cuenta su contexto de producción ni interpretación.
En
la teoría de la enunciación se incluye
a los sujetos del discurso, dígase, a los protagonistas del hecho comunicativo.
Asimismo, define al enunciado como la unidad básica del discurso e investiga
acerca de las huellas que deja el enunciador y los modos en que estas huellas se
presentan en el enunciado, para su posterior interpretación por parte del
enunciatario, es decir, el lector. Según Benveniste (1970), el enunciado es lo
realizado, el producto, es decir, “un espacio donde aparece la huella de la
enunciación”. La enunciación es la puesta en funcionamiento de la lengua, un
acontecimiento en la línea del tiempo que se concibe irrepetible, hasta cierto
punto incomprensible, que solo deja la marca de su paso: está vinculada con las
distintas realizaciones de la lengua, tanto en lo oral como en lo escrito.
Bajtín
(1998), sobre la base del dialogismo, planteaba que existe un carácter
heteroglósico del lenguaje, el cual rompe con la idea de un único sujeto
hablante que coincide con quien materialmente emite el mensaje, y en el que
aparecen voces de otros en un mismo discurso. Estas reflexiones del autor ruso dieron
lugar a la realización de una teoría sobre los sujetos del discurso: la ya
mencionada teoría de la enunciación,
donde se reconoce que en el lenguaje una voz es tal, en tanto está constituida
y se dirige hacia otras voces. La minificción, como discurso, no escapa de
ello.
Ahora
bien ¿De qué manera se vinculan todas estas nociones teóricas con la
minificción? Una minificción se lee por primera vez como un hecho expectante.
Cada enunciación de ella es irrepetible, distinta; aunque el texto
minificcional se lea varias veces. Este tipo de texto literario es abordado
desde la perspectiva de varios autores. En este sentido, cabe destacar que
Violeta Rojo (1996), en cuanto al minicuento (denominado posteriormente
minificción por esta autora), comenta: “es una forma narrativa más breve que lo
habitual que nace del cuento. Esa brevedad hace que se potencien al extremo
rasgos que ya estaban en el cuento, aunque esa potenciación los convierta en
algo distinto”. (p.38).
La
minificción, así como sus formas de representarse, entre ellas, el minicuento,
se inserta en el discurso literario. Y como tal, se nutre de conceptos propios
de la realidad: económicos, sociales, filosóficos, etc.; puede que con el fin
de elaborar e interpretar una realidad, y quién sabe si hasta evaluarla. Con lo
cual queda establecido el planteamiento de Bajtín (2003): la literatura no
refleja la realidad sino que se alimenta de diferentes conceptos de dicha
realidad. O como bien expresa Barrera Linares (2006) acerca del discurso
literario: “aún con rasgos particularizadores que lo distinguen de la
comunicación cotidiana, del lenguaje común, se trata de un discurso elaborado
con material lingüístico. Todo discurso propone una reformulación de la
realidad que le ha servido como referente”.
En la minificción, la
situación narrativa sigue siendo única, pero quienes se han avocado a su
estudio han encontrado que aun con características similares, la minificción
presenta rasgos diferenciadores, tales como su extrema brevedad sin que por
ello, deje de seguir siendo cuento, bestiario, poema, fábula, o cualquier otro
género que permita el carácter híbrido de la minificción. En este sentido,
aunque su situación narrativa sea única, sus enunciados dan cuenta de diversas
voces que hacen aparición mediante los enunciadores presentes en él.
Para Rojo, la
minificción transgrede algunas reglas de otros textos ficcionales, tiene sus
propios rasgos y características, y las trabaja a su manera (la brevedad
extrema, el lenguaje preciso, la anécdota comprimida, el uso de cuadros y el
carácter proteico). Rojo sostiene que es al lector a quien, de alguna manera,
le toca escoger entre diversas opciones, diversas posibilidades de cerrar la
historia. La minificción ofrece una serie de elementos que el lector puede
interpretar de acuerdo a su nivel cultural, a su conocimiento del mundo, a su
creatividad; pero no por ello la interpretación será arbitraria. En este
sentido, el lector de la minificción atenderá a las “voces” presentes en el
texto, pero las reconocerá, o tendrá conciencia de ellas, según su propia voz,
según su propia cosmovisión y conocimiento previo.
El breve texto
“Virginidad”, de Alberto Hernández, hace visible los argumentos antes
planteados: Tanto esperó el momento de la
desfloración que el arcángel predestinado prefirió someterse a una prueba de
virilidad, a sabiendas de que la edad de esa virgen era motivo de estudio de
arqueólogos y científicos de importantes universidades. Aunque no es la
intención mostrar en este artículo un análisis exhaustivo de textos
minificcionales, podemos observar aquí las diferentes voces que en este texto
tan breve pueden oírse: la joven virgen, la sociedad que juzga, la opinión
ajena, entre otras.
Atendiendo un poco a
las palabras de Luis Barrera Linares, en el prólogo del libro “Breve manual
para reconocer minicuentos”, de Violeta Rojo, la minificción es una “píldora
capaz de originar una hecatombe cognoscitiva”. Ella, la minificción, es una
especie de saqueo, pues toma de aquí y de allá, razón por la cual establece con
el lector una especie de complicidad y visión de mundo compartidas. Aunque la
novedad no es lo que prevalezca, el autor encuentra siempre la manera de
seducir al lector, no tanto por su brevedad, sino por la energía que el
torbellino de sus palabras (me atrevería a decir, de sus enunciados), logran en
el lector, quien se acerca a esta forma ficcional, tal vez más con la alegría
de un texto breve, que con la certeza de encontrarse con los encantos de un
texto seductor, intenso y sobre todo multívoco.
Geraudí González
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